No lo hubiera creído cuando frecuentaba Colombia como reportera de la Radiotelevisión de Finlandia. Es un milagro, un gran logro, un gran paso hacia la reconciliación, la victoria de la esperanza. En Colombia conocí pueblos de playas caribeñas que los guerrilleros de las FARC habían reducido a cenizas, humeaban, quedaban en ellos unos cuantos locos, algún anciano y animales hambrientos, estuve en una casa donde bajo amenaza de muerte se había encerrado a una familia llorando, las FARC estaban delante amenazando con matarlos, les dije que se marcharan, visite un comedor para huérfanos de guerra, conocí familias a cuyos miembros secuestraban y asesinaban las FARC porque no habían pagado el rescate, a personas secuestradas por las FARC en la selva, una amiga cercana fue su prisionera, conocí a otras partes implicadas en la guerra civil, tan crueles como ellos, visite numerosos centros de refugiados, conocí a una madre cuyo hijo se temía había sido secuestrado por las FARC, un niño de 15 años desapareció, sobre eso hice un largo documento radiofónico, El Cuento de Cristina, así como un documento de dos partes sobre el pueblo natal de G. Márquez, Aracataca, modelo mítico de Macondo (gracias a mis antiguos jefes y a quienes me encargaron las historias, Seppo Puttonen, Reijo Lindroos, Jyrki Saarikoski, Miko Eronen y Petri Sarvamaa, por poder hacerlas, gracias a mis cámaras Patricio Vargas y Antonio, y también a los a montadores colombianos y a mis cualificados y valerosos colegas, gracias a Anni Valtonen y a Alec Munive, a Mirza Ines, que está en casa en Chile, y a Susanna y a mi madre Helvi, que cuidaron de mi hijo, mientras yo buscaba como periodista comida que servir a la mesa); tuve miedo de los guerrilleros encapuchados y con ametralladoras por las calles nocturnas de Bogotá, que me paraban, admiré a los activistas de los derechos humanos y escudos humanos de la Iglesia Católica, que se ponían en peligro para proteger a las víctimas; conocí a sacerdotes jóvenes y valientes, que protegían a los civiles, caminando como ángeles de la paz y negociando y tranquilizando entre los grupos paramilitares armados AUC, ELN y FARC, estuve en las áreas de Cúcuta y Barrancabermeja en muchos entierros de personas asesinadas en la guerra civil, conocí a personas mutiladas y torturadas, conduje a ciento y pico con el hermano de Gabriel García Márquez, porque él tenía miedo de los obstáculos y los secuestros de los guerrilleros, conocí a gente maravillosa, probé ron, experimenté un romance, llegué a conocer gente del creativo mundo del arte y literatura, vi sus fuerzas y sus grandes corazones, sus inteligencias y su país, en donde muerte y esperanza, duro trabajo cotidiano y destrucción conviven uno al lado del otro.
En total, fui nueve veces a Colombia en viaje de trabajo, sobrevolé en una avioncita la selva y vi los plataneros, y aún tengo la intención de regresar al país, cuyo arte y vida es un cofre del tesoro de la historia. Hice amigos, todavía están en su lindo país. En la muy verde y maravillosa Colombia, país de los Andes y de clima tropical.
Esta paz es un milagro, es como el fin de apartheid, crea fe en la gente, después de todo. Las FARC piden perdón. El Pinochet de Chile no pidió perdón, su familia y sus militares no pidieron perdón, el Videla de Argentina con sus grupos de muerte no pidieron perdón, ni el Fujimori de Perú ni la mayoría de los demás. Qué difícil es decir una sola palabra: perdón. Paz, aun frágil y perpleja, es siempre mejor que una escalada de violencia y guerra. ¡Felicidades, Colombia!
Madrid, 27 de septiembre de 2016