Acercarse en avión desde Europa hacia Santiago de Chile constituye una experiencia inolvidable. Los increíbles Andes se divisan incluso a una altitud de 16 kilómetros. Tras las montañas, el avión avanza hacia un espeso esmog causado por incendios forestales los últimos días.
Al salir del avión, una oleada de calor de casi 40 grados me sopla en la cara, la sensación es seca. Desde el asiento de un taxi con aire acondicionado resulta fácil empezar a conocer esta ciudad. Es recomendable charlar con el taxista pues, si tienes suerte, por el mismo precio consigues una breve introducción a los monumentos más importantes y a la historia del país. Yo, personalmente, mantuve una interesante conversación sobre inmigración. Al contarle al taxista que era de Finlandia, él empezó a pensar que en el tema de la inmigración, los chilenos deberían acordarse de lo bien que se portaron con ellos en la década de los 70 algunos países, entre ellos Finlandia. ¿Tendrán una imagen así de optimista aquellos que más tarde buscaron refugio en Finlandia?
Llegué al programa Platea del Festival de Teatro Santiago a Mil invitada por el Instituto Iberoamericano de Finlandia. El festival se sentía ya en el mismo vestíbulo del hotel. Con los pases colgando al cuello, los visitantes exploran ansiosos los folletos con el programa y los veteranos del festival parecen conocerse entre ellos. Intercambian recomendaciones y planean quedadas para comer y cenar. Al entrar por la puerta me encuentro a mi primer conocido, así que ya hemos quedado para almorzar juntos.
Durante el almuerzo coincido con otros conocidos que rápidamente me ponen al día respecto a las costumbres del festival. Después me apresuro a llegar a la primera obra. Una representación de media hora sobre dos mujeres del Líbano trata mostrar de una forma muy minimalista la posición de una persona que vive rodeada por el bienestar occidental y la democracia, y cómo observa el sufrimiento de otros que viven entre conflictos y hambre. Aunque la actuación y el concepto dejan con ganas de algo más, la obra consigue poner la idea claramente sobre la mesa y abandono la sala con ganas de llorar.
Al final de la tarde toca una obra chilena. En la explanada del Centro Cultural de Gabriela Mistral han montado una casita de paja y dentro han imaginado hasta el mínimo detalle la casa de una típica familia mapuche del sur de Chile. Esta obra también es muy política y saca los temas de la violencia y la injusticia en las vidas de los indios mapuches en el Chile actual.
Vamos a cenar en un grupo grande al restaurante oficial del festival y durante la cena ocurre lo que mucha gente de este sector viene a buscar: contactos, redes sociales. Aquí se plantan las semillas de futuros proyectos y colaboraciones. Los efectos del cambio de hora no se notan y la alegría nocturna se prolonga hasta la medianoche.
Al día siguiente, durante el desayuno continúan las excitantes conversaciones, y esa mañana el tema son los problemas del teatro español. Comparamos su situación con Finlandia y una vez más me recuerdan lo feliz que me puedo sentir por tener nuestra red de teatros, que brinda la posibilidad de conseguir trabajo, recursos y, Dios mío, ¡incluso salario! Les hablo de la necesidad de renovar los teatros que pertenecen al sistema VOS de Finlandia y de la comisión que trabaja en el asunto, y el tema causa admiración.
Durante el día me escapo un rato a conocer el entorno y encuentro un parque maravilloso, donde el calor se hacía un poco más soportable. La aventura del día es una paloma que se hace sus necesidades encima de mí. Un hombre, testigo de la situación, se siente obligado a limpiarme la espalda y el trasero y disculparse por las molestias. Soy consciente de los avisos sobre ladrones que se ofrecen a ayudar en el momento en que su compinche causa algún tipo de molestia a su víctima. De todos modos, no creo que el hombre y la paloma hayan trabajado juntos, porque todos mis objetos de valor siguen conmigo.
Todas las obras que vi parece que tienen una cosa en común; un compromiso social. En mi opinión, esto es un denominador en el teatro de Latinoamérica. En marzo de 2016 estuve en el Festival de Teatro Iberoamericano de Bogotá, donde pude ver un amplio espectro de teatro latinoamericano. Me hice una idea bastante buena del argentino tras dos meses en Buenos Aires el año anterior. Cada país tiene su propia herida, que se procesa con la ayuda del teatro, pero lo que se comparte es que parece que esa herida se sitúa en el centro de todo. Este hecho convierte al teatro latinoamericano es especialmente significante, y a mí, como autora y artista, hace que me pregunte por qué hago teatro. ¿Para qué uso el teatro y qué quiero decir con ello? ¿Es posible influir con el teatro?
Entonces, ¿cómo podría ser la colaboración teatral chileno-finlandesa? ¿Sería interesante el teatro finlandés para los chilenos o, en general, para los latinoamericanos? Cuando digo que soy de Finlandia, lo primero que a la gente se le pasa por la cabeza es la educación de alto nivel del país, luego la posición de las mujeres y también se acuerdan del rol de Finlandia cuando acogió refugiados políticos. Desde el punto de vista de un director autónomo, la colaboración latinoamericana con los teatros no es tan sencilla. La mayoría de los teatros se han montado alrededor de un director y lógicamente no se necesita otro director. La mejor forma para dirigir en ese tipo de teatros sería traer una obra propia a un festival. Si la obra fuera un éxito, se abrirían las posibilidades de continuar dirigiendo. Otra forma es juntarse en actividades de residencia que organizan los festivales: talleres o trabajo tipo “work-in-progress”; de ese modo sería posible llevar tu propia forma de trabajar y conseguir contactos.
¿Y cómo llevar una obra finlandesa, por ejemplo, a Chile? Eso exige trabajar con tenacidad, empaquetar una obra concreta y vender ese paquete. Invitar a comisarios y directores de festivales a ver obras en Finlandia, organizar show cases. Que entidades finlandesas apoyen con los gastos de viaje. Una buena pregunta también sería: ¿tiene Finlandia verdadera voluntad de llevar obras al extranjero? Es difícil sacar una obra del contexto de los teatros institucionales y llevarla al extranjero, porque todas las otras obras y ensayos donde trabajan los actores tendrían que cancelarse durante la duración del viaje. La vida de las obras en los teatros institucionales es comparativamente corta. Antes de encontrar al comisario adecuado, que éste consiga llegar a Finlandia para ver alguna representación, la obra se habrá acabado y salido del programa.
El festival ha dejado en mí una sensación bastante inspiradora. Creo que me he formado una idea de cuáles serían los próximos pasos que se deberían tomar para conseguir una colaboración entre teatros y festivales latinoamericanos. Ahora se han creado contactos y la conversación continua en forma de correos electrónicos. Sólo se necesita voluntad… y teatro significativo.
Anne Rautiainen
Directora de teatro
El Instituto Iberoamericano de Finlandia llevó cabo el viaje a Chile de Rautiainen en colaboración con el Centro de Información del Teatro de Finlandia, FINFO.