Coincidiendo con el estreno en España de la película de Aki Kaurismäki El Havre (2011), al Instituto le gustaría recomendaros otra de sus películas de fuerte contenido social, La chica de la fábrica de cerillas (1990), que está disponible en la biblioteca. Junto con Sombras en el paraíso (1986) y Ariel (1988), esta película forma parte de la primera trilogía titulada “trilogía del proletariado” y constituye una muestra del estilo y de la voz inimitable del cineasta finlandés, un verdadero autor en términos cinematográficos. Aki Kaurismäki es un director que posee un estilo coherente y personal y éste también brilla con luz propia en todas las escenas de La chica de la fábrica de cerillas.
La protagonista de la película, Iris (interpretada por Kati Outinen, la musa del director), es una chica veinteañera que trabaja en una fábrica de cerillas en condiciones alienantes, controlando los paquetes de fósforos que pasan por la cinta transportadora. Sin disfrutar del sueldo ella misma, mantiene económicamente a su insensible y dura madre y a su padrastro, les mantiene incluso en términos domésticos, preparándoles la comida y lavando los platos después de la dura jornada de trabajo. Mediante silenciosos planos con toques muy sencillos, Kaurismäki enfatiza la vida monótona de la protagonista y su lastre familiar. Tampoco Iris tiene mucha suerte con los chicos, fatalidad representada visualmente mediante un plano sencillo pero imaginativo: la acumulación de botellas de limonada en la sala de baile muestra su soledadad y su mala suerte a la hora de encontrar a una pareja. Sin embargo, cuando Iris queda embarazada de un hombre que piensa que ella es una prostituta, adquiere conciencia de su propia vida y planea una venganza.
Como ya es habitual en la obra del cineasta, La chica de la fábrica de cerillas se concentra en las clases desfavorecidas y marginadas. Esto se puede ver muy claramente en las escenas de la fábrica donde trabaja la protagonista. La película empieza con escenas de maquinas en planos largos mostrando su función repetitiva y su monotonía. Estas imágenes nos acercan al mundo de la protagonista con su ritmo rutinario y alienante. Quizás la multitud de cerillas funcione también como una elegante metáfora de la clase obrera, que muchas veces es vista como una masa anonima e invisible. Se podría argumentar que estos primeros planos de las maquinas y de la vida automatizada tienen ecos de Mon Oncle (1958) de Jacques Tati – a quien Kaurismäki admira – o, en cierto sentido implícito, recuerda a Tiempos modernos (1936) de Charlie Chaplin. En La chica de la fábrica de cerillas, los dueños de la fábrica que explotan a la gente permanecen fuera del encuadre y su presencia es solamente tangible, impidiendo así cualquier cliché sobre la gente poderosa. De esta manera, Aki Kaurismäki evita el dramatismo comercial o el espectáculo mientras provoca emoción humana. En efecto, a pesar de su oblicuidad, la mirada del cineasta es siempre optimista.
Kaurismäki estampa su sello inconfundible en el mise-en-scène, lleno de detalles muy reconocibles: jukebox, orquestras tocando música en vivo, bares locales… Además, coloca un leitmotiv muy importante en su obra: coches vintage que superan las barreras temporales y de clases sociales y confieren un toque de realismo mágico a la película. Aunque La chica de la fábrica de cerillas guarda muchos aspectos en común con otras películas del cineasta, también se aleja de ellas. Si en la más reciente, la tercera trilogía denominada “Trilogía de los perdedores” (Nubes pasajeras (1996), Un hombre sin pasado(2002) y Luces al atardecer (2006)), los colores se parecen mucho a los melodramas de Douglas Sirk o a las pinturas de Edward Hopper, en esta película los tonos son más grises y asépticos. Sin embargo, como es habitual en la obra del cineasta, la despojada puesta en escena está llena de detalles con colores saturados. La chica de la fábrica de cerillas saca mucha belleza de esta depuración, donde el entorno y los objetos caracterizan a los personajes de un modo implícito.
El argumento gira en torno a la conducta de los personajes y sus expresiones faciales han sido reducidas a lo estacionario. En la película domina un evidente laconismo y, de hecho, la mayoría del diálogo se oye mediante aparatos diegéticos como la televisión o la música. Sin embargo, aunque los personajes se expresan mediante escasas palabras, éstas poseen mucha importancia. También es una película de actos. Kaurismäki enfatiza la vida trivial en planos largos donde no ocurre nada significativo, por ejemplo cuando Iris lava los platos, cocina, pela una naranja, casi como si se tratara de una película feminista de los años 70. Sin embargo, en vez de implicar sequedad narrativa, este recurso sirve de indicación cinematográfica, puesto que al final, las tareas domésticas tienen un peso importante en el desarrollo de la trama.
La chica de la fábrica de cerillas es una obra maestra sobre la superación de las miserias e injusticias de la sociedad y de la familia. Son los acontecimientos con toques de humor negro los que liberan a Iris, de ahí que la superación se pueda ver en términos de autoestima, como una redención y emancipación personal palpable mediante las pequeñas esperanzas que muestra la protagonista. El trabajo de los actores, muchos de ellos pertenecientes del grupo de confianza de Kaurismäki, como Kati Outinen (Iris), Esko Nikkari (padrastro), Elina Salo (madre) y Silu Seppälä (el hermano de Iris), es insuperable e intenso. A pesar de tener más de 20 años, con el trasfondo social y la mirada sobre la clase marginal, La chica de la fábrica de cerillas hoy en día parece aún más vigente e imprescindible.
La película está disponible en la biblioteca del Instituto Iberoamericano de Finlandia. ¡Acércate a visitarnos!